Ocurre un fenómeno sumamente extraño en la chamba.
A pocos días del reparto de utilidades a los patrones les gusta jugarle al walter mercado, giovannita o (introduzca aquí su psíquico, mago, vidente, brujo, hechicera, o adivino de su preferencia) y se les ocurre que a nosotros trabajadores jornaleros de poca monta nos va a encantar la idea de usar parte de nuestras utilidades en algún tipo de beneficio que creen ellos nos hace falta.
Los ejemplos de este año;
1. Camisas nuevas.
Y es que acudimos a laborar con trapos desgarrados, hay quienes a falta de camisas ocupan costalitos de papa y cebolla y los hay quienes al no tener ropita en buenas condiciones confeccionan sus ajuares con bolsas de basura.
2. Masajes.
Y es que nos ven tan fatigados y estresados que les preocupa de sobremanera nuestra salud, razón por la cual han decidido que la mejor solución es contratar a un dúo de masajistas invidentes con sus batitas blancas de doctor que pasen de lugar a lugar aplicando sus conocimientos masoterapeutas en nuestras cuerpos jadeantes y batidos por el golpe fulminante de 8 horas laborales.
Gracias querida empresa por consentirnos tanto y usar parte de nuestras utilidades en estos gloriosos beneficios.
Yo entiendo que algunos compañeros se deleitan con la idea de que un hombre les masajee los puercos, pero a mí no.
No es que no me gusten los masajes, quiero decir si me gustan pero no me gusta que me los aplique un desconocido, considero un masaje como algo muy íntimo, algo que se da en pareja en confianza, y si usted piensa que soy un marranazo y cuando pienso en masaje lo visualizo con Final Feliz como en las películas soft porn del golden choice; está usted en lo cierto.
La verdad es que darme un masaje es una tarea complicada, soy en extremo cosquilludo, gimo mucho y me quejo en demasía; haciendo pensar al autor del masaje que me está haciendo sufrir cuando en la mayoría de los casos no es así.
Bueno ya ni entiendo porque estoy dando explicaciones, simplemente no se me da la gana de que un señor me toquetee y me ande amasando las carnes. Ahora si este señor es invidente; me incomoda aun más, me hacen sentir como un negrero maldito españolete. Me imagino con un látigo flagelando a los masajistas mientras les grito; Masajea! Masajea coño!
Además de que por mi mente pasan infinidad de ideas chuscas; chistes que van desde los clásicos picantes; por supuesto de índole sexual, combinados con chistes orientados a la discapacidad visual. Ideas que van desde perder en los sótanos a los masoteraeutas invidentes para llegar con lente oscuro y bata blanca al área de concierge y comentar algo así como: “me dijeron que había unas muchachillas por aquí que se sentían muy estresadas. . .”
Si, Mi humor es de muy mal gusto, no hay necesidad de que nadie me lo recuerde.
Tan extraño es eso? Tan raro les parece que no quiera un chingado masaje?